Rodrigo
Joaquín, amante del deporte rey, romántico sin causa y deportista por obligación, se encontraba sentado en una mesa de cristal un poco avejentada, respirando una combinación de capuchino y tabaco, los dos mezclados en el ambiente. Junto a él una botella de agua sin gas a medio tomar y una galleta entera recostada sobre una servilleta de papel.
A sus treinta y cinco años, el fútbol se mantenía como su segunda pasión, desde aquella tarde de julio en que una chica de dulces ojos negros le robara su lugar en el podio y lo convirtiera en, casi, un hombre decente. Mantenía ocupada la vista en un periódico deportivo de hace dos semanas, no se cansaba de leer la nota “Perú al mundial 2018”.
Alejó la mirada de la noticia por un segundo y vio al fondo del salón un reloj que marcaba las tres, había quedado con su novia a esa hora, en ese mismo café. Claro, la conocía a la perfección y sabía que las tres significaban las cuatro, un defecto del cual había aprendido a enamorarse, realmente no importaba, ya que le era infiel con lo único que ella le dejaba serlo; el fútbol por supuesto. Volvió a leer la nota de prensa por veinteava vez y sonrió como si fuera la primera.
- ¿Me puedo sentar contigo?
Una voz femenina hizo una pregunta poco inocente, y sin alejar la vista del papel Joaquín respondió un poco en gracia, pero mucho más en serio:
- Claro, puede hacer eso o pedirle directamente a mi novia que me agarre a golpes en el suelo, lo que tu prefieras
La chica, hasta ahora misterio para sus ojos rió dulcemente, una risa que llevó a Joaquín al pasado, diez años quizás o un poco más. Ahora no alejaba la vista del periódico por miedo a reconocer en su risa lo que sería un reencuentro cargado de dulces y amargos momentos, casi tan irónico como la esencia que los acompañaba, un aroma a pasado.
- Bueno Quincito, ¿me vas a invitar a sentarme o me busco otro café?
“Quincito” Dios mío, no podía dejar de pensar que alguna vez lo llamaron así, se rió de si mismo y dobló con cuidado la noticia para dejarla junto a su botella de agua, levantó la vista temiendo lo peor; que aún amara su recuerdo, y el duro golpe con la realidad lo confirmó. Mantenía su belleza: unos ojos vivos y dulces, una sonrisa alegre como pocas veces ella y una silueta casi perfecta, con un poco menos de abajo y un poco más de arriba, así la recordaba y fastidiaba.
- Quinciadita – le dijo con cariño – yo creo por aquí, a tres cuadras, hay un café mucho mejor que éste, si sales ahorita te acompaño a la puerta, pero sólo porque soy un caballero, no te confundas – se rió mientras acababa la frase cachosamente.
Ella hizo caso omiso a su pedido y se sentó junto a él, acercó la silla de golpe y le dio un apretón en la pierna que lo estremeció, se quedaron mirándose, como quien reconoce a un extraño, ella se perdía en sus grandes ojos verdes y él evitaba bajar la mirada y rozar su cintura, la química entre los dos era más fuerte que el mejor de los cafés en aquel lugar olvidado ese segundo por el tiempo.
- Estás más flaco – dijo ella y dio paso al silencio – es un cumplido, puedes decir algo ¿no?
- Tu estás más flaca – dijo él sonriendo – eso no es un cumplido, digo yo, como comentario al aire.
Se rieron, pero ahora se rieron juntos, ella buscó su mano y él la alejó mientras esquivaba su mirada
- ¿Sabes qué?, había pasado tanto tiempo, que creí haberte olvidado pero era simplemente una forma de extrañarte.
- Que cursi mujer – levantó la botella con agua y acercó la servilleta a él, buscó un lapicero en su pantalón y empezó a escribir en el humedecido papel.
- ¿Qué escribes? – preguntó curiosa y sonriente – ¿no me digas que sigues con los poemas?
- Me estoy copiando tu frase, quiero decírsela a mi novia cuando llegue – dio un largo respiro y expulsó lentamente el aire - ¡es que siempre se demora una eternidad, la frase se aplica! – se rió disimulando una sonrisa, pero ahora ella no le devolvió el gesto.
Dejó en una expresión vacía los ojos más tristes que él alguna vez vio, fue tanto el remordimiento, que preguntó rápidamente por ella y por algún nuevo dueño que mantuviera celoso su corazón. “Nadie”, dijo cortante y fugaz dando paso una vez más al silencio.
Habían sido años duros para ella desde que Joaquín se marchó, olvidado y golpeado se apartó, dejándola a ella con un nuevo amor que le vendió ilusiones y le regalo tristezas. Ni dos meses duro la fantasía, y el tan aclamado galán desapareció tan rápido como se la quitó. Ella intentó volver con Joaquín pero el orgullo los mantuvo alejados, él se fue a España a estudiar y ella se vio forzada a olvidarlo por no saber amar.
- Pasé mucho tiempo buscando a alguien como tú y nunca lo encontré, ¿lo puedes crees?
- Bueno, tienes que aceptar que es un tanto difícil buscar tantas tonterías en un sólo hombre
Se volvieron a reír juntos, ahora ella fue más rápida que él y envolvió su mano con la suya, él buscó desesperado al traicionero péndulo que se detenía al escuchar sus palabras y vio para su desgracia que tan sólo habían pasado diez minutos, necesitaba al amor de su lado para distraer esa lenta tortura, pero estaba casi seguro que no llegaría, por lo menos en los próximos treinta minutos y eso era pensar optimista de su puntualidad.
- Quinciadita, saca la mano, que si llega mi novia nos revienta a los dos – le dijo en son de broma, pero muy en serio, un nervioso Joaquín.
- Sigues siendo un tonto, pero tan lindo como siempre - rió ella.
- Si, es la culpa de mi madre.
- ¿Lo de lindo?
- No, lo de tonto – dijo barajando otras respuestas rápidas que quemaran los minutos restantes.
Su mirada buscaba los verdes y redondos ojos de Joaquín, clavados en el reloj traicionero a su espalda. “Fueron tus ojos lo que me cautivaron”, le susurró al oído, el aroma a café se iba haciendo cada vez más fuerte o era quizás que Joaquín respiraba enérgico y sin pausa. Alejó su mente de aquel lugar y recordó otros ojos, su primera pasión y su único amor en aquel momento, bastó con mirarla un minuto para que Joaquín imaginara su primer plan para enamorarla y diez años desde la fecha para ir lográndolo una vez por día con muchas victorias y pocos fracasos; ¿la receta de su éxito? Amar sinceramente o sinceramente no saberlo, pero estaba seguro que una de las dos era la respuesta.
- ¿Qué fue lo que más te gustó de mí? – segunda pregunta poco inocente de la noche de parte de ella, pero sabia que él era sincero y respondería.
- Me gustaron tus ojos….
- ¿Mis ojos?, no mientas, mis ojos son horribles.
- Caramba mujer, déjame terminar que pesada eres – el silencio ahora dio paso a las palabras de Joaquín.
- …Tus ojos, tu sonrisa, tu cintura, dueña del rollito más hermoso del mundo, eso me encantaba, pero para enamorarme necesitaba algo más fuerte…
- Si dices mi poto, te pego por mentiroso – reconociendo entre bromas sus verdades.
- ¿Cuál poto? – dijo él riéndose y levantándose ligeramente como quien busca algo que ha perdido.
- No, en serio Quincito, ¿de que te enamoraste?
Sus miradas se encontraron luego de una larga pelea por evitarse, ninguno de los dos se atrevió a parpadear y el péndulo traicionero detuvo una vez más su marcha hacia el infinito, ella lo miraba sonriente pero con un nudo en la garganta, esperando escuchar aquella cualidad que la haga sentir hermosa una vez más y él mantenía otro nudo intentando detener sus palabras.
- Tus defectos
Ella no esperaba esa respuesta, tan honesta y absurda y él no esperaba que le creyera, aunque fuera verdad. Una lágrima recorrió su mejilla y humedeció un poco más la servilleta de papel que se encontraba justo debajo de ella, haciendo de la palabra “extrañarte” una mancha deforme en su existencia.
- Dije tus defectos, no por llorona, no me hagas esto que no se manejar el llanto mujer, tú me conoces – ella se secó las lágrimas y soltó una carcajada entrecortada.
Joaquín la miró triste, dándose cuenta que ella necesitaba amarse tanto como alguna vez él la amó y él buscó darle sin rencores lo que necesitaba en ese momento: un amigo.
- La verdad, fui bastante tonta al dejarte
- Si, es verdad – Joaquín no aguantó la risa y se dejó llevar, ella lo miró desconcertada y rió con él.
- Sigues riéndote como tonto Quincito – Joaquín frenó la risa inmediatamente y se aclaró la garganta
- Que te puedo decir, tienes razón – volvieron a reírse, pero ahora disimuladamente.
La mujer se puso de pie a toda velocidad y lo miró con ojos brillantes; humedecidos ya no por el pasado sino por el presente y feliz de saber que Joaquín seguía siendo él hombre del cual, alguna vez estuvo enamorada, ya que con el tiempo, había empezado a odiar que la gente cambie, felizmente en Joaquín, el único cambio eran unos cuántos kilos menos.
- Me voy antes de que llegue tu novia Quincito, o voy a tener que recoger los pedazos.
- Sabia decisión mujer, pero no mientas, tu también estas aterrada – le sonrió aunque quiso reír una vez más.
- Te adoro – le dijo sin pensarlo dos veces.
- Que te puedo decir – la miró por un segundo, otra vez en silencio – soy, casi, tan adorable como tú.
Sellaron la despedida con una sonrisa y sin esperarlo ella se acercó a él y le plantó un beso en la mejilla, él la jaló de la cintura y le dio un par de palmaditas a un pequeño rollo escondido en su cadera.
Desapareció por la puerta, él bajó la mirada y la clavó en el recuerdo, no tuvo tiempo de perderse en sus fantasías, la mujer de ojos negros que amaba apareció de improviso y buscó sus labios.
- Perdóname, Perdóname, me he demorado mucho – dijo ella apurada.
- ¿Mucho? pero si solo han pasado… - buscó el infame péndulo y se dio cuenta que marcaban las cuatro y diez, el tiempo había transcurrido volando – No te preocupes, ¿no te he dicho nunca que me enamoré de tus defectos?
- ¿Te enamoraste de mis defectos?, ¿de donde sacas esas tonterías ah? – se burló ella mientras jugaba con su rostro.
- Aunque la verdad es que: había pasado tanto tiempo, que creí haberte olvidado pero era simplemente una forma de extrañarte.
Ella le tapó la boca cariñosamente y volvió a besarle los labios; “tonto”, le dijo riendo.
- ¿Puedes creer que es la segunda vez que me lo dicen hoy?
Se puso de pie y la abrazó fuerte de la cintura, “vámonos de acá, ya me cansé del aroma a tabaco y café”. Al pasar junto a la puerta una anciana miraba de mala gana a Joaquín y no se pudo contener: “Fresco”, pareció decir con dificultad por la ausencia de dientes, su novia no entendió, pero él si. Se alejó unos cuantos pasos y giró lentamente para darse cuenta de que la anciana lo seguía con la mirada con una mueca de desaprobación, no pudo con las ganas y le guiñó un ojo, la anciana ruborizada le quitó la vista de encima y de las tres fue la única que decidió olvidarlo.