domingo, 17 de noviembre de 2013

Ojos Pardos


Corría desesperada, corría entre los arbustos, esquivando en la noche sus raíces sobre puestas a un sentimiento de terror que humedecía unos bellos ojos pardos.


El clamor de la gente se escuchaba a lo lejos, cada vez más cerca, perros ladrando, antorchas a viva luz iluminaban la negrura de la noche, pero mantenían en las sombras, almas asustadas que pedían fuego y sangre a la vez.


En su pecho bailaba un medallón de plata, de algún santo católico que prometía cuidarla, pero esa noche en específico, nadie hablaba de Dios.


Ellos gritaban y maldecían, ella rezaba mientras corría….

Las distancias se hacían cada vez más cortas, el trotar agitado de los caballos se sentía cada vez más cerca, ella había soñado con aquella noche, ella había soñado que aquel día moriría, pero aún así, su instinto se aferraba a la vida.

Su rodilla no pudo más, un problema desde pequeña con la rotula le jugó mal y cayó adolorida, tres jinetes la rodearon y el fuego de las antorchas alumbraban sonrisas malévolas que la invitaban a imaginar, la peor de las muertes.

-          Prepárate a morir Bruja – gritó uno – perdiendo su mirada entre su escote y el medallón

Se bajaron del caballo y la tomaron de manos y piernas, esa noche iba a ser larga, dolorosa, pero acabaría con su muerte y lo sabía.

Pero algo sucedió, algo que no había soñado, algo que no estaba escrito y que alguien más decidió escribir por ella.

Mientras uno de los hombres se arrodillaba intentando separar sus piernas, una flecha cruzó la negrura de la noche y le atravesó el corazón, los otros dos hombres desenfundaron las espadas y caminaron temerosos en aquella oscuridad.

El viento era el único que rompía el silencio, silbaba una canción de muerte que penetraba en los huesos de aquellos hombres. Una figura apareció fugaz de entre los árboles y arremetió con fuerza, el primero no lo vio venir, solo sintió un corte limpio que atravesó su cuello.

El segundo se defendió de los dos primeros golpes, pero el tercero se clavó entre el estomago y el corazón, su mirada se fue apagando mientras caía.

Caminó tranquilo hacia aquella mujer, enfundó su espada y la abrazó de la cintura para levantarla delicadamente sintiendo su pecho contra el suyo mientras se miraban fijamente.

Fue ese segundo congelado el que decidió todo, su mirada se perdió en un bello rostro que lo observaba inquieta, con su mano retiró un largo mechón ondulado que cubría sus ojos, de un pardo intenso, como nunca había visto, podían brillar aún en aquella noche de cielo sin luna ni estrellas, una mirada tan cautivadora, que el sentimiento que le causó solo podía ser lograda por la mejor de las magias. Colocó una mano sobre sus pómulos como hipnotizado y sonrió.

-          Todo va a estar bien – Le dijo él confiado

-          No – Pensó ella mientras lo imitaba y recorrió su barba con una caricia – Me gusta su barba - volvió a pensar y clavó sus ojos pardos en un verde oscurecido

Un aguijón los devolvió a la realidad, una flecha los unía en un último minuto de vida, cayeron simultáneamente al pasto y el rocío humedeció sus cuerpos, él no dejaba de abrazarla, ella mantenía sus manos en una barba semi crecida. No sentían dolor, la sangre recorría el suelo y los vítores de la gente se hacían cada vez más lejanos a pesar de estar más cerca.

Él intentó acercar su mano a la espada pero ella lo detuvo.

-          Te voy a salvar – le dijo aún seguro de sí mismo

-          Quizás en otra vida – le dijo ella mientras acercaba sus labios y le dejaba un solo beso

La oscuridad los rodeo a los dos, y en aquel triste final nació un sentimiento infinito.

-          Te prometo que te buscaré - le dijo él en su mente al no encontrar su voz

-          Tendrás que buscarme varias vidas para encontrarme  - bromeó ella en su silencio mientras sus cuerpos se mantenían juntos y sus almas se alejaban solo por un momento.


domingo, 15 de septiembre de 2013

El bar de los sueños


El ambiente se pinta de blanco y negro, el hombre de tez blanca y penetrantes ojos verdes entra al bar con la mirada perdida en el humo del ambiente, se acerca a la barra al ritmo del piano y saxofón que marcan sus pasos.

Sin darse cuenta toma su primera copa, perdiéndose en sus pensamientos hasta que una voz dulce lo trae de vuelta, gira la vista lentamente y sigue la mirada de todo el bar, a la distancia una hermosa mujer en un vestido negro canta al ritmo del saxofón. Olvida el licor, olvida sus penas, recuerda porque está ahí y la observa. Una lacia cabellera negra recorre su rostro y cuando canta, la parte inferior de sus labios tiemblan, solo para hacer notar un brillo único y espectacular que nace en sus ojos negros que por momentos parecen volverse de un café intenso cuando tocan la luz.

Su voz se detiene, y a pesar de que el saxofón sigue, todo el lugar parece quedar en silencio, su silueta perfecta desaparece entre la gente mientras baja de ese pequeño escenario y aquel hombre vuelve a quedar en la soledad de sus noches oscuras y el frio de aquel hielo que rodea sus manos.

Busca en su gabardina el último cigarrillo de aquella noche y se dispone a fumarlo cuando aquella perfecta silueta de mujer aparece cerca a él, se sienta a su lado sin mirarlo y con una seña delicada llama al barman que acude de inmediato con un vaso de vodka.

Tan cerca de ella, y sin poder decir palabras mantiene un cigarrillo apagado en su boca, sin vergüenza la observa, Sus ojos tienen una mezcla que lo cautiva, tiene una mirada fuerte y viva, ligeramente achinada y su piel blanca se vuelve de un matiz caribeño en aquella oscuridad.

Ella se da vuelta ligeramente y se da cuenta que la observan, lo mira divertida y parece sonreír – eso no se va a prender solo – le dice esbozando una sonrisa

El hombre regresa a la realidad de golpe y busca nervioso un encendedor mientras los ojos perfectos de aquella mujer lo siguen.

¿Y no me vas a invitar uno? – juega con él

El hombre sabe que es su último cigarrillo, lo sostiene y lo ofrece, como si este fuera la única forma de tocar su boca. Ella lo recibe delicadamente y sus labios se cierran en una eternidad fugaz, mientras sus miradas se cruzan, se esquivan y entrelazan, en búsqueda de algo más que sus ojos y su voz divertida lo vuelve a estremecer.

¿Tienes fuego?, esto no va a prender solo….

Aquel hombre nunca se había sentido tan torpe en su vida, acerca con cautela el fuego, cuidando no rozar un mechón que se desprende y baila al compás de un saxofón que no se detiene en ningún momento.

 Quiere decirle mil cosas, quiere decirle que a pesar de que nunca han hablado, él está enamorado, quiere decirle que hace mas de un año regresa todos los viernes a ese bar sólo para perderse en lo dulce de su mirada y lo melódico de su voz, quiere decirle tantas cosas pero su voz se pierde en un intento fallido de decirle su nombre.

Ella lo mira fascinado mientras sus ojos brillan, se pone de pie y se acerca lentamente, separa el cigarrillo de su boca y dispara una bocanada de humo hacia el él. Sus labios tocan su rostro y marca su lápiz labial en uno de sus pómulos, sin palabras el saxofón la aleja y regresa a ese espacio vacío, al escenario y a su música.

El bar se vuelva a iluminar con su voz y por un segundo en esa eternidad, sus ojos parecen encontrarse y se mezclan en el negro y verde de su alma, él con la seguridad de que la va a amar siempre en su silencio, su torpeza y su bondad que se mantienen ocultos en la barra de un bar.

Seguro también de que ella ama la libertad que le da la música; pero esa noche y solo por esa noche, cantará al compás de un corazón que la observa del otro lado del bar y no puede evitar sonreír cuando siente la verde presencia de su mirada….

miércoles, 28 de marzo de 2012

Sin calzoncito...

¡Hoy te voy a ver!, sin calzoncito…
Bailaremos al compás de tu cuerpito…

Las tres voces cantaban al unísono distorsionando la letra y el ritmo de la canción que habían puesto a todo volumen en la laptop. Detrás de ellos se encontraba Chano, sentado en el sillón que había dejado una marca sumamente notoria al arrastrarlo por todo el departamento para dejarlo en posición perfecta frente a una amplia y estratégica ventana que permitía ver la causa y razón de la euforia de sus amigos.

Un piso más arriba y frente a ellos la vecina más hermosa que le había tocado tener en su vida, cometía en esos instantes el terrible, pero a la vez placentero error de haber enviado a lavar aquellas cortinas fucsias que se alzaban como enemigos mortales de aquel grupo de impresentables que hoy celebraban su partida.

Chano le dio un sorbo lento y pausado a su cerveza, se puso de pie; y acercándose a la ventana, empujó a uno de los tres, que había empezado a frotar el trasero contra el vidrio; pareció no escuchar sus quejas, había puesto en pausa el resto de sus sentidos para agudizar la vista. Sus ojos verdes se clavaron en la figura perfecta que se hallaba desnuda frente a ellos, dejando como parte de su piel una sugestiva ropa interior.

Todo hacía indicar que bailaba una canción, ya que cada prenda caía marcada al ritmo de su cintura. Algo que acrecentaba la locura de aquel grupo de amigos.

Por raro que parezca, sus ojos se clavaron inicialmente en una hermosa y ensortijada cabellera de un castaño oscuro que parecía brillar bajo la tenue luz de su habitación. Uno de sus risos jugaba en su frente, como buscando esconderse en esos ojos redondos color negro acaramelado, que por momentos achinaba y luego abría como platos, dándole un aspecto dulce y coqueto a la vez.

Tenía la cara ligeramente alargada, había perdido peso desde la última vez que se cruzaron entre los fugaces reflejos de su ventana, pero aun así se mantenía tan bella como la primera vez que la vio.

Sus labios dibujaban casi siempre una sonrisa infinitamente contagiosa, tan rosados que contrastaban con aquella hermosa piel morena como tostada en las calurosas tardes de un febrero limeño.

Ni hablar de sus curvas, todas medidas con precisión y cada talla se había convertido en el debate actual de sus compañeros, que lo obligaron a volver nuevamente a la realidad, cuando el “gordo” Pablo, el más flaco y cercano de sus amigos decidió bajarse los pantalones y quedar en calzoncillo en una triste imitación de lo que veía.

- ¡Por favor! – gritó su anémico compañero mientras se mordía el labio inferior – hazme tuyo mi 60-90-60 – gritaba con desesperación, felizmente las gruesas ventanas y la distancia detenían el sonido antes de empezar su camino.

En su radio casetera de los noventa sonaba una canción acorde a esa época, detrás de ella y encima de la cama, una feliz portada de “los nosequien y los nosecuantos” parecía acurrucada entre su falda y su blusa.

(Intentaba) No bajar la mirada para observar a aquellos cuatro muchachos, que en los últimos 5 minutos habían dejado empañado y casi en cero visibilidad la ventana que apuntaba a su cuarto. No pudo evitar mirarlos cuando el más flaco y feo de todo el grupo empezó a desnudarse, dejando escapar una sonrisa que se convirtió en carcajada, ahogada gracias a la música.

Sus ojos se posaron en ellos un par de segundos, pero fue suficiente para volverse a reír, no pudo evitar miradas con su compañero más cercano, lo reconoció como el dueño del departamento por sus esporádicos encuentros. Los dos tenían la costumbre de acercase a la ventana en las madrugadas de poco sueño e intentar buscar una estrella en el nublado cielo limeño, ella muy pocas veces lo había logrado, pero tenía la sensación de que él la encontraba noche a noche.

Cuando cruzaban miradas fugaces podía jurar que sus ojos brillaban clavados en ella, sin negar que habían noches en las que prefería buscar ese brillo al de cualquier otra estrella, pero cuando hacían contacto retrocedía tímido ante la oportunidad.

Esa noche sucedió lo mismo, sus miradas se cruzaron por un segundo, pero fue suficiente para sonrojarlo y obligarlo a clavar la vista en el pico de su botella, llevándose un largo trago a la boca.

- ¡Gordo! – le gritó otro de sus amigos al esquelético Pablo - ¡No pues!, ya te vio calato y la asustaste, ponte el pantalón antes de que nos apague la luz.

La chica se dio media vuelta, siguiendo el ritmo de su canción y cuando parecía marcharse, pegó el trasero contra el vidrio, y lo sacudió de despedida. Fueron cuatro corazones que dejaron de latir por un segundo, paro cardiaco seguido de taquicardia histérica, cada latido era un intentó de escape del corazón para llegar a ella.

- Eso es maldad pura – dijo uno de ellos, mientras la veía perfilarse, dándoles un guiño mientras sacaba ligeramente su lengua y mordía la punta con delicadeza para finalizar el acto con un beso volado que se estrellaba en el vidrio mientras ella apagaba la luz y la oscuridad se llevaba su figura.
- ¡NOOOO! – se lamentaron todos en coro.

Uno a uno se fueron marchando de aquel lugar, con una mezcla de alegría y tristeza en el corazón, o como diría el “gordo” Pablo… “en los pantalones”.

Chano se quedó unos minutos más observando el espacio vacío que se llenaba de oscuridad, decidió robar el último sorbo de cerveza de aquella botella, y cuando parecía rendirse; la luz volvió milagrosa, por un segundo eterno en la que pudo verla completamente desnuda frente a sus ojos.

La botella se le resbaló de las manos, un hilo de voz quedó atrapado en su garganta y su pulso se disparó a mil, mientras distinguía en el silencio del momento una risita cómplice, picara y atrevida que llevando el dedo índice a los labios le pidió guardar el secreto sólo para los dos mientras todo regresaba una vez más a ser oscuridad.

Se quedó atónito, tieso, perdido en el inútil intento de retener el segundo para siempre mientras su alma terminaba de bailar esa canción noventera a ritmo de sus latidos…

“… ¡Esta noche tu vendrás, sin calzoncito!, bailaremos al compas, de tu cuerpito!...”

viernes, 9 de marzo de 2012

El noveno pecado


El hombre gris golpeaba sus botas negras contra el pasto, con la mirada perdida en una estrella que parecía desaparecer en ese vasto horizonte, una extraña mancha roja cubría una parte importante de su cuello extendiéndose hasta su mejilla izquierda y sus ojos brillaban con una intensidad tan vivaz que contrastaba con el triste andar de sus pasos sobre la hierba mojada.

Una silueta encapuchada se acercó sigilosa, lo había seguido en esa noche clara y atenta, sólo para observarlo a una distancia prudente.
El hombre se arrodilló sobre su propia sombra y abrió los ojos como platos hacia la inmensa oscuridad que los cubría, tenia ojos azules penetrantes, parecían brillar más fuerte que cualquier estrella en
aquel firmamento.

La silueta intentó flotar sobre el pasto, imitando al rocío que cubría la pradera, pero un segundo de torpeza la delataron y su silencio se convirtió en un grito comprometedor, como si dos piedras chocaran arrastradas en una marea invisible pero traicionera.

El hombre se puso de pie en un salto, sus brazos agiles desenfundaron de la cintura una espada maciza, la noche iluminada hizo brillar el filo puntiagudo sobre la garganta cercana. Por un segundo todo fue
silencio, la noche se volvió cómplice de las sombras y detuvo el viento bajo sus pies.
La silueta dejó escapar un chillido ahogado, aguantado por el miedo a la muerte, o simplemente por esa mirada dura, sin el mínimo atisbo de amor hacia la que alguna vez fue. Dejó caer la capucha sobre sus hombros y unos largos mechones castaños se deslizaron hasta su cintura.

Tenía pómulos delgados y labios rosas que parecían temblar ante su presencia, sus ojos tristes eran de una belleza indescriptible y su larga cabellera parecía bailar con cada brisa traicionera que traía la noche, aquella noche que se había paralizado por ellos un segundo antes.

- ¿Quéhaces aquí?, te dije que te fueras – le espetó en tono tan frio y seco como pudo – ya no hay nada en este lugar para ti – terminó esa frase adolorido, como si la punta de aquella espada hubiese traspasado su corazón.

- Quería despedirme antes de marcharme – le dijo en tono sumiso, casi tan triste como su mirada.

El hombre bajó el arma y la llevó de regreso a su cintura, dándole la espalda y cerrando los ojos con tanta fuerza como pudo. Cuando niño, su madre le había enseñado a hacerlo para meditar y poder ver la verdad en su propia oscuridad.

- Quería agradecerle también – la mujer se armó de valor para decir aquello último – porque fuiste el único que creyó en mi inocencia y…

- Era mi hermano – la detuvo tan rápido como pudo – ya no quiero escuchar más tu voz, ni tus verdades envueltas en mentiras ni tus mentiras que han jurado ser verdad – acercó su mano nuevamente a la empuñadura y la miró con una mezcla de amor y odio – Debería matarte aquí mismo.

La mujer se acercó sin medir consecuencias, posó una mano sobre su la empuñadura y el contacto de piel contra piel la hizo sentir tan viva a ella como culpable a él, acercó sus labios hacia los suyos y pareció susurrarle perdón antes de besarlo.
- Basta – dio un paso atrás, mientras sentía que aquella barba semi-crecida pedía a gritos volver a rozarla.
- Máteme señor – le dijo con un nuevo brillo en sus ojos – pero sepa que su empuñadura esta tan dura como su ser – y tu y yo sabemos que es lo que quieres hacer.

Dio dos zancadas hacia atrás, como buscando protegerse de un arma tan poderosa como sólo ella podía ser.
- Lo que quiero hacer y lo que debo hacer son dos cosas muy diferentes – meditó en voz alta para creer en sus palabras.
Sus ojos azules estaban clavados en ella, habían perdido confianza y ganado deseo, intentó esquivar sus ojos negros pero no pudo, ella lo buscaba incesante y por cada paso que ella daba, el retrocedía dos. Eran esos mismos ojos los que la habían hecho enamorarse de él, poco a poco y durante el año que su hermano había esta postrado en cama por aquella terrible y misteriosa enfermedad.
- ¿Le rezas a tu hermano o a tu dios? – preguntó insolente, como si su miedo hubiese desaparecido, invirtiendo papeles, ella la de la hoja asesina y él, un hombre rendido.

- Le pedía disculpas a mi hermano y ayuda a mi dios.
Agachó la mirada confusa, como si se diera cuenta de su error, no había sido culpa de ella enamorarse, él había sido un caballero, el caballero solitario que había perdido a su mujer y aún vestía su luto luego de cuatro años, aquel que se había refugiado en palabras para olvidarla y había disfrutado su compañía inocente durante años.

Pero la inocencia dura tan poco cuando existe la soledad, y desde hace un año, a ella también le hacía compañía. Dos hombres se hicieron visibles a la distancia, los minutos se hacían segundos con cada paso y sabían que esta historia llegaba a su fin.
- Viene mi perro y mi carcelero – le dijo volviendo la mirada hacia aquellos dos hombres
- Vienen – se quedó mudo por un segundo, como buscando las palabras correctas – vienen a llevarse mis pecados – Le dio la espalda una vez más y se comenzó a alejar
- ¿Dónde vas? – le gritó temerosa mientras se alejaba
- A buscar mi perdón – le dijo él con el último atisbo de voz que le quedaba.

Lo vio alejarse en la oscura noche, mientras
sus pasos los ocultaba el silencio, a su espalda se hacía visible su final
- [Nunca me hubiese escogido­ – pensó melancólica – tiene el corazón tan grande como sus penas – cerró los ojos para no verlo desaparecer dentro de la noche mientras una lágrima recorrió su mejilla sin saber que una lágrima suya la acompañaba.

martes, 29 de junio de 2010

El camino del olvido


Caminemos - le dijo el hombre a la tristeza una noche de frio invierno…


Caminemos por senderos calmados, en praderas grises de noches gélidas. Inventó él en su cabeza, ayúdame a recordar su perfume, dibujar en mi mente su silueta y perseguir entre fantasías su andar.


La tristeza lo miraba en silencio, como si hubiesen recorrido ese sendero infinitas veces antes de esta noche. Lo miraba cansado, como agobiado por sus propios pasos y su trajinar intermitente.


Recuerdo con pena y sufrimiento – dijo el hombre…


Mejor recuerda con pana y elegancia – intentó una broma la tristeza


Confundido por su nueva naturaleza y sorprendido de que su muda compañera le hablara, se atrevió a refutarle lo vivido.


¿Acaso te burlas de mis desgracias?, ¿de mi pena, que es tuya y tú tristeza, que es mía?


La tristeza cambió ligeramente su camino y engañó al hombre a seguirla, él sin darse cuenta imitó sus pasos.


“Estoy cansado de ser llamado a caminar bajo la misma luna, considerando tu lamento el más importante, mintiéndote tú, mintiéndome a mi“


¿Ahora menosprecias mis desgracias? – le impugnó indignado el caminante


No, las penas de amor son dignas de caminar una vez, tal vez dos veces, son caminos pedregosos que nos enseñan a levantarnos luego de haber caído, son experiencias enriquecedoras que los vuelven hombres más precavidos al recuerdo de una mujer.


¿Pero cómo salir de este círculo vicioso de pensarla sin tenerla, de soñarla despierto para despertar sin ella?


“Amigo mío, le preguntas al sentimiento equivocado una respuesta que debería ser tuya. Quizás el nuevo camino frente a tus ojos te de la respuesta.


Observó perplejo el caminante, delante de él un nuevo compañero escondido en una túnica blanca lo esperaba sentado en una roca, como cansado de esperarlo, a su espalda el frio parecía culminar y una pequeña resolana se reflejada en el horizonte.


El ser misterioso se aproximó con un andar distinto, dejó de lado el enigma y abriendo su capucha deshizo el misterio de su rostro. Envuelto en rizos dorados y ojos azules se percató que su nuevo compañero era una mujer de rasgos perfectos.


¿Quién eres tú? - preguntó fascinado el caminante.


Soy tu nueva guía en lo que queda del camino, es aquí donde termina la tristeza y empieza el olvido.


Pero yo no quiero olvidarla…


No seas terco hombre – le dijo en una mezcla de dulzura y reproche – ahí donde olvidas un amor, nace la esperanza de uno nuevo.


Camina conmigo – le dijo ella extendiéndole una mano


Caminemos – le dijo el hombre al olvido, en el ocaso de una noche de invierno mientras tomaba su mano.

sábado, 15 de mayo de 2010

El ascensor


- ¿Y si te dijera que te amo?, preguntó con timidez el muchacho, que parecía abrir de sobre manera sus redondos ojos azules a la espera de su respuesta.

- Correría hacia la ventana y saltaría – dijo ella riendo entretenida

- Tampoco, ni que te lo fuera a decir – Su indignación era evidente pero se mantenía calmado para no levantar sospechas.

- ¿Por qué?, ¿me amas? – preguntó inquisidora, con una sonrisa escondida entre los dientes

- Ja, ya quisieras – se alejó el muchacho en dirección hacia la ventana, por ella, los carros se veían diminutos en ese doceavo piso miraflorino –seguro terminaría saltando por la ventana al segundo de decírtelo.

- ¿Para intentar atraparme? – Se volvió a reír ella.

- Ja------ Ja, que cómica eres. NO PARA CAERTE ENCIMA! – intenta bromear enfadado.

- Bueno, seguro eso es lo que quieres desde hace tiempo – No pudo contener la sonrisa y deja escapar una pequeña carcajada cuando se cruzan sus miradas y lo observa iracundo.

- Bueno, ¿sabes qué?, ¡me voy! – la esquivó a pasos agigantados intentando alcanzar el ascensor.

- ¿Pero te vas a ir sin escuchar mi respuesta?

- Ya sé, te tirarías del doceavo piso… ja….ja….chau – dio un paso dentro del ascensor y oprimió “LOBBY”, siempre había odiado lo lento y tedioso de ese aparato, parecía demorarse el doble o triple de cualquier otro ascensor para llegar a su destino, pero era entendible, era un edificio antiquísimo e iba de la mano con aquel modelo descontinuado que parecía sacado de una película en blanco y negro.


11….


10…


No podía dejar de pensar en sus ojos negros y redondos, como si en la más clara de las noches limeñas colgaran dos estrellas de inagotable dulzura, y ni hablar de su cuerpo, cada curva indescriptible, con movimientos capaces de deshacer del papel, esta tinta.


09…


08…


Con aquella piel morena, como tostada por el sol de febrero y endulzada en esos labios rosados que se colaban cada noche entre sus sueños.


07…


06…


Como odiaba la lentitud de este ascensor, como si fuera él, cómplice y autor de estrategias para mantenerla alejada de él, como si cada piso se volviera eterno y entre el quinto y el cuarto hubiesen años de separación que alimentaban su amor por ella, y a la vez, una desesperación terrible por verla.


05….


(Amor, Desesperación, impaciencia)


04…


No quiere pensar en ella, le ha dolido en el alma su respuesta, sabe ahora más que nunca: “Ella no te ama”, se repite y se lo vuelve a repetir y le duele tanto pensar que todo este sentimiento, tan grande, tan fuerte, quede recluido en una simple fantasía.


03…


La puerta del ascensor se abre, es Cristina. Se conocen desde hace años y han logrado entablar una amistad en los interminables minutos que hay del tercer piso al primero.


- Hola Bru, te veo molestó – acierta de buenas a primeras.

- Hola Cri, si otra vez lo mismo – acortan los nombres para ganarle al tiempo y saber un poco más de cada uno antes de tocar el suelo.

- ¿Otra vez ella no? – suspira, entiende que recolectando aquellos minutos año por año, podría terminar una novela de romanti-comedia que la harían ganar un premio, pero… que flojera escribir…

- No te quiero aburrir – intenta cortarla

- Nunca me aburres – le sonríe, él le devuelve la sonrisa pero con la desazón ganándole por dentro.

- ¿Qué te parece – dice ella – si en vez de despedirnos en el primer piso como siempre, nos vamos a tomar algo?


02…


01…


Ella observa desde su ventana en el doceavo piso, lo ve salir por la puerta con ella y siente un pequeño ardor en el pecho que logra ocultar como todas las veces hasta hoy, pero algo cambia esa noche, no se despiden en la entrada, caminan juntos cruzando la pista hasta su auto y él le abre la puerta.


El ardor en su pecho se generaliza y sus grandes y redondos ojos negros parecen estallarle, corre hasta el ascensor y aprieta el botón de subida mientras que en la pantallita superior ve un número en rojo que parece resistir a moverse…


01…


02…


Ella recuerda toda las veces en las que estuvo enferma y la cuidaba, los detalles para sus cumpleaños, los arrebatos y celos que la hacían reír y que poco a poco la enamoraban, sus ojos azules que parecían brillar cada vez que la miraba….


03…


04…


Conversan unos minutos, él de pie junto a su auto y ella sentada en el piloto haciéndole señas para que se siente junto a ella. Parece tentando y a la vez, sabe que realmente no quiere hacerlo….


Detrás de él escucha un grito casi sin aire


- ¡Hey tu! – él voltea y la ve despeinada, agitada y molesta, sus ojos negros brillan con una intensidad que lo atrapan - ¡SI TU!, ¿ADONDE CREES QUE VAS?


Se acerca a grandes zancadas al automóvil y cierra la puerta de golpe


- ¡Tú! – mirándola amenazante – PON PRIMERA Y ARRANCA


En una mezcla de indignación y miedo acelera embarrando sobre ellos el agua estancada bajo sus neumáticos, ella grita y maldice y a la vez intenta recuperar el aire perdido, con el pelo ensortijado y desordenado, un poco de barro en la ropa y en la cara, con los ojos casi salidos en una mezcla de negro con rojo y sus dientes chisteando; nunca la había visto más hermosa.


- ¿Por qué estas tan agitada? – le pregunta, aún sabiendo que bajo los doce pisos corriendo


- Es…a…. por… que…ría…. De…. Ascen…sor – dice rápidamente sin recuperar el aire.


- Pero, hubieras saltado por la ventana, así derrepente me caías encima – se ríe sin intentar disimular su sonrisa.


- Que…….Có….mi…..co…….ja……..ja


La coge de la mano y la lleva de vuelta al ascensor, él la mira con renovada confianza y ella lo mira con sus grandes y vulnerables ojos redondos. Ven la pequeña luz roja que empieza a bajar de su interminable travesía: 12…11…


Se acerca, ella se aleja, la apresa de la cintura y se vuelve a acercar, nariz con nariz sus ojos no pueden creer que se cumpla la fantasía y se besan durante los interminables minutos en los que el ascensor intenta llegar a su….un pitido los interrumpe y las puertas del ascensor se abren frente a ellos.


Miran atónitos la impresionante e inoportuna velocidad de su llegada, se ríen imaginando aquel maquiavélico plan del ascensor por separarlos, dan un paso en su interior y se vuelven a besar mientras las puertas se cierran apresuradas.


- Si se te ocurre ir rápido esta vez, te desarmo con mis propias manos – amenaza con firmeza a su enemigo y el conteo empieza otra vez.


1…


2…


Se besan….


3….


4…


Sus ojos se buscan, sus labios se piden (la desesperación está latente, pero es una desesperación diferente, les gusta)


5…


6…


La velocidad de su ascenso no los detiene, se aman, se toman, se besa, se abrazan


7…


8…


- Te amo – le dice ella


9…


10…


- Te amo – le dice él


11…


12…


Las puertas se abren en un santiamén


- ¿Vamos a mi cuarto? – le dice ella


Las puertas intentan cerrarse pero su brazo es más rápido y lo detiene. Se alejan a pasos agigantados mientras que con un pitido semi apagado el ascensor admite su derrota.

domingo, 21 de marzo de 2010

Prescindiendo de ti


La rabia se apodera de él, como cuando alguna vez interrumpiste la serenidad de su alma y lo obligaste a gritar rompiendo el sello de todos sus silencios.

Eres la causa y motivo de su desaparición y de la pena del alma envuelta en mil perdones. Como hacerte entender, si el que te escribe no entiende de palabras ni llantos, que alguna vez en las hojas de tu memoria esta tinta no pudo secar.

Soy tuyo o para ti, comenzaba otra vez en la tormenta inconstante de tus recuerdos y volvía a evaporarse

Acabamos con un te amo y comenzamos con un quizás, pero en el camino te aseguro que nunca hubo dudas; menos aún, un pero, aunque, quien podría negar un quizás, que se escapa de entre las páginas blancas de momentos oscuros, haciendo temblar al cuerpo y el alma se hace débil ante su figura, volviéndonos infieles hasta en palabras.

Como poder amar toda una vida sin encontrar en la rutina ese pequeño segundo que lo arruina todo en la debilidad de un error fugaz…

De la pasión que sólo existe por una noche; noche en la que existimos tú, yo y el terrible deseo de borrarnos de esta tierra por los inagotables golpes de la conciencia.

Por siempre tuyo….leyeron sus ojos en aquella página en blanco, arrugada tantas veces por la desesperación de olvidarnos

….Prescindiendo del segundo en el que te perdí….


……


Firmó el poeta traicionero, que olvidó de amor en sus letras.