Era una noche como cualquiera, en una ciudad cualquiera, cerca de algún puente como muchos otros, con una sola diferencia, había dos almas ajenas que existían momentáneamente en aquel espacio vacío de mi memoria. Dos personas a las que no puedo calificar de simples porque ya les di un alma, esa esencia vital que complica cualquier existencia. La capacidad de respirar, de vivir, de sentir.
Era una noche de octubre en la que el frío se posa en los huesos y enfría los corazones. El puente era viejo, sus metales oxidados habían sido olvidados por el resto del mundo y mantenía a trescientos metros el recuerdo de un río que hoy solo alberga piedras y un poco mas de soledad. Una gota de agua limpió el polvo de una pequeña y afilada piedra del montón, luego otra gota, luego varias más; gotas de pena que solo un alma al borde de su fin puede expresar.
Cerca a la nada y de pie sobre la baranda una mujer de menos de treinta años lloraba una vida entera, sus ojos ya no tenían vida, ni el reflejo de las lágrimas contra la luna las hacía brillar. Perdóname…
Un ruido a su espalda la detuvo un segundo, una sombra detrás de ella caminaba lentamente intentando cruzar el puente sin fijarse en aquella vida desperdiciada. Ella siguió con la mirada aquel espacio perdido donde estaba su rostro oculto por la noche en complicidad con la luna.
La había pasado sin mirarla, ella volvió su semblante a la nada y se preparó para saltar una vez más, pero otra vez el ruido de una sombra ajena a su vida la detuvo. Aquella que la había superado sin importancia la primera vez pisaba sus huellas de regreso y sin pedir permiso se posó junto a la baranda he iluminó su rostro para ella, barba semi-crecida, pómulos anchos y la complejidad de un alma lo caracterizaban.
Ella lo miraba desconcertada mientras él intentaba encontrar con atisbo algún punto inexacto de lo que alguna vez fue un río. No hay nada que ver acá, vete a casa y descansa.
El atrevimiento del extraño confundió a la mujer que buscaba sus ojos con la mirada:
- No hay nada para ti aquí, vete… - respondió intentando encontrar las fuerzas en ese difícil momento
- Si me voy ahora, ¿Dónde iras tu? – interrogó el extraño
- No lo se, ya me a dejado de importar… - desistió de pelear, estaba exhausta
- Esa no es una respuesta… - meditó un segundo – por lo menos no lo suficientemente buena para dejarte morir.
Abrió los ojos, sorprendida, como si pensara que sus intenciones eran secretas, por lo menos ajena a las palabras de otra mente:
- ¿Y a ti que te importa eso?
- No me importa – su respuesta fue tan cortante como hiriente
- Entonces porque…
- No lo se… - la interrumpió – quizás me importa alguien que pueda llorar por ti, quizás por la persona que te encuentre mañana, ¿Por qué tendría él que vivir tu muerte?, o quizás el policía que se encargue de levantar tus penas esparcidas entre polvo y rocas olvidadas, pero para serte sincero, no lo se.
- ¿Estas loco?
- ¿Lo estas tu?, tu eres la que intenta hacer lo imposible
- No hay nada imposible en morir
- No me refería a morir – los ojos de la mujer encontraron súbitamente la mirada que la había esquivado hasta aquel momento, era un verde intenso, con un brillo opaco pero brillo al fin – sino a solucionar tus problemas muriendo.
- Tú no lo entiendes…
- Explícame – la volvió a interrumpir – explícame porque mereces morir
Ella lloró, no quería seguir hablando, quería encontrar el silencio en la cobardía de un salto a la nada, no quería volver a vivir en sus palabras el porque a esta situación pero él no la dejaría morir sin una buena explicación.
- Recuerdo tan solo dos cosas de mi Nona, era muy pequeño para acordarme de mas, la primera fue el día que murió mi Nono; me dijo que el había dado su ultimo aliento en decirle que la amaba y ella con un beso le regalo su última lágrima. Es importante vivir la vida hasta el último suspiro porque de esa última gota de vida siempre nace un recuerdo eterno…
- ¿Y la otra cosa? – preguntó la mujer absorbida por sus palabras
- Ese otro momento – volvió a quedarse en silencio y levantó la mirada al cielo – fue un recuerdo eterno.
El hombre extendió su mano hacia ella, lo miró triste, emocionada, giró su cuerpo lentamente con cautela y sus manos se entrelazaron, se impulso levemente a los brazos de un extraño, de una sombra, de un alma misteriosa que había decidido detener su vida un minuto para que otra vida avance nuevamente. A veces tan solo necesitamos una palabra de aliento, una mano extendida, a veces ni siquiera es necesaria una razón para vivir, solo una razón para no morir.
Ella seguirá viviendo en el recuerdo de un puente o gracias a el, alejada de las piedras y del polvo, alejada de las lagrimas, en búsqueda de la explicación necesaria para vivir o para morir, pero por el momento guardando el último aliento de un recuerdo eterno.