Corría desesperada, corría entre los arbustos, esquivando en la noche sus raíces sobre puestas a un sentimiento de terror que humedecía unos bellos ojos pardos.
El clamor
de la gente se escuchaba a lo lejos, cada vez más cerca, perros ladrando,
antorchas a viva luz iluminaban la negrura de la noche, pero mantenían en las
sombras, almas asustadas que pedían fuego y sangre a la vez.
En su pecho
bailaba un medallón de plata, de algún santo católico que prometía cuidarla,
pero esa noche en específico, nadie hablaba de Dios.
Ellos
gritaban y maldecían, ella rezaba mientras corría….
Las
distancias se hacían cada vez más cortas, el trotar agitado de los caballos se sentía
cada vez más cerca, ella había soñado con aquella noche, ella había soñado que
aquel día moriría, pero aún así, su instinto se aferraba a la vida.
Su rodilla
no pudo más, un problema desde pequeña con la rotula le jugó mal y cayó
adolorida, tres jinetes la rodearon y el fuego de las antorchas alumbraban
sonrisas malévolas que la invitaban a imaginar, la peor de las muertes.
-
Prepárate
a morir Bruja – gritó uno – perdiendo su mirada entre su escote y el medallón
Se bajaron
del caballo y la tomaron de manos y piernas, esa noche iba a ser larga,
dolorosa, pero acabaría con su muerte y lo sabía.
Pero algo sucedió,
algo que no había soñado, algo que no estaba escrito y que alguien más decidió
escribir por ella.
Mientras
uno de los hombres se arrodillaba intentando separar sus piernas, una flecha
cruzó la negrura de la noche y le atravesó el corazón, los otros dos hombres
desenfundaron las espadas y caminaron temerosos en aquella oscuridad.
El viento
era el único que rompía el silencio, silbaba una canción de muerte que
penetraba en los huesos de aquellos hombres. Una figura apareció fugaz de entre
los árboles y arremetió con fuerza, el primero no lo vio venir, solo sintió un
corte limpio que atravesó su cuello.
El segundo
se defendió de los dos primeros golpes, pero el tercero se clavó entre el
estomago y el corazón, su mirada se fue apagando mientras caía.
Caminó
tranquilo hacia aquella mujer, enfundó su espada y la abrazó de la cintura para
levantarla delicadamente sintiendo su pecho contra el suyo mientras se miraban
fijamente.
Fue ese
segundo congelado el que decidió todo, su mirada se perdió en un bello rostro
que lo observaba inquieta, con su mano retiró un largo mechón ondulado que cubría
sus ojos, de un pardo intenso, como nunca había visto, podían brillar aún en aquella
noche de cielo sin luna ni estrellas, una mirada tan cautivadora, que el
sentimiento que le causó solo podía ser lograda por la mejor de las magias.
Colocó una mano sobre sus pómulos como hipnotizado y sonrió.
-
Todo
va a estar bien – Le dijo él confiado
-
No
– Pensó ella mientras lo imitaba y recorrió su barba con una caricia – Me gusta
su barba - volvió a pensar y clavó sus ojos pardos en un verde oscurecido
Un aguijón
los devolvió a la realidad, una flecha los unía en un último minuto de vida,
cayeron simultáneamente al pasto y el rocío humedeció sus cuerpos, él no dejaba
de abrazarla, ella mantenía sus manos en una barba semi crecida. No sentían dolor,
la sangre recorría el suelo y los vítores de la gente se hacían cada vez más
lejanos a pesar de estar más cerca.
Él intentó
acercar su mano a la espada pero ella lo detuvo.
-
Te
voy a salvar – le dijo aún seguro de sí mismo
-
Quizás
en otra vida – le dijo ella mientras acercaba sus labios y le dejaba un solo
beso
La
oscuridad los rodeo a los dos, y en aquel triste final nació un sentimiento
infinito.
-
Te
prometo que te buscaré - le dijo él en su mente al no encontrar su voz
-
Tendrás
que buscarme varias vidas para encontrarme - bromeó ella en su silencio mientras sus
cuerpos se mantenían juntos y sus almas se alejaban solo por un momento.
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