domingo, 23 de diciembre de 2007

Hilos de Luz

¿Puedes ver en mi oscuridad?... deja que abra tus ojos, deja que muestre el mundo como lo veo; un mundo lleno de colores en un alma tan oscura como la mía. ¿Sensibilidad?... eso es lo que les brindo, toda la pasión en mis letras para hacerlos experimentar todo aquello que no quise sentir.
El mundo no es un cuento de hadas, es honesto y falso a la vez y lo único que puede resultar de tal dualidad es el dolor casi físico de un alma que deja de ser muda ante mi tinta.



Caminaba bajo un cielo despejado, la noche no se comparaba a su penumbra y el silencio era su única melodía, había recorrido distancias infinitas para pisar ese continente, escapando al fin de sus demonios, encontrase hoy a un océano de distancia y España era nuevamente: su libre prisión. Marchaba ocultando siempre sus ojos verde oscuro y un aroma, mezcla de animal salvaje y lavanda se perdían junto a sus pasos, su barba semi crecida ocultaban la carencia de una sonrisa y un tajo vertical en su yugular se perdía hasta ocultarse en su pecho.

En toda historia existe un balance, un yin yang, la bondad y la maldad, ese cálculo perfecto que une toda las cosas; esta es su excepción, aquí solo reside esa pizca de esperanza que es comparada únicamente a un pequeño hilo de luz perdiéndose entre las sombras; lo bueno había desaparecido mucho antes de comenzar esta historia, la única oscuridad que él amó se perdió en aquellos redondos ojos negros que pasaron al recuerdo del olvido y como quien se aferra a la vida, él lo hace ante la noche, la única capaz de recrear ese brillo perfecto representado en una estrella, eso era ella para él, una pequeña luz en el firmamento, un deseo olvidado en el dolor de un corazón moribundo.


Síguelo con la mirada, no lo pierdas, observa como su piel se cristaliza con el frio, inconveniente que no lo detiene en aquel crudo invierno europeo, una sucia plazuela y el ruido de la gente lo sitúan en un recuerdo barranquino, ni mejor ni peor que aquel distrito. Se detiene ante la inmensidad de una pequeña puerta que congela sus dedos, debe tocar pero no sabe como, debe hacerlo por el recuerdo de amor que alguna vez tuvo pero tiene miedo, en un rostro sin expresiones me detengo violentamente ante su mirada y casi puedo vislumbrar su alma, terrible verdad la que me cuenta, olvidándose del tiempo por un segundo; el reloj que marcaba las ocho ya no se mueve y recupero tres años relegados.

Es él, que a la vez soy yo, pero sonrío y no lo entiendo, nos rodean paredes blancas y una sonrisa en mi rostro, en su rostro, en el rostro de aquel extraño que dícese sigue siendo yo, besa un recuerdo cautivo, el verde oscuro de mis ojos se pierde en la negrura de su ser rozando delicadamente su piel y la vuelve a querer en un minuto olvidado, en un mundo diferente donde las sombras no lo acompañan en una eterna soledad.

El ruido del timbre lo devuelve a esa realidad inhóspita, dedo traicionero que aprovechó el desliz de su mente para moverse sin su consentimiento, ya no hay nada que pueda hacer, el reloj ha vuelto a fijar su rumbo y avanza nuevamente sin piedad aunque la espera se haga eterna. Una mujer curtida, oculta entre los hábitos de Dios y una cruz colgante que parece insultarlo, lo recibe.

No saluda, no habla, extiende su mano y libera la carta que hasta este momento era invisible para ustedes, los ojos de la mujer repasan lentamente lo que para muchos, tan solo seria tinta y papel, para ella, un pedido final del corazón y para él un último camino hacia la esperanza. La mujer levanta la vista sorprendida y busca con cautela sus ojos, sus palabras son escuchadas por mí, por él, por ella, pero esa voz no les pertenece y su secreto permanece intacto.

La sigue sigilosamente pero no evita los murmullos, el suspenso se ha apoderado del momento y el tiempo caprichoso marca las distancias, otra vez y por última vez ante una puerta blanca en un corredor infinito, la mujer busca en su túnica un manojo de llaves y en el primer intento encuentra la combinación final a este momento. No cruje al abrirse, se mantiene el silencio, por un segundo el cuarto sigue oscuro, no hay luz, no hay vida, no hay esperanza para aquel hombre pero lentamente se da cuenta de su error, primero es un hilo delgado y frágil, luego son miles, forman un camino diminuto hacia una cama pequeña.

El hombre siente miedo y no puede moverse pero una delicada brisa lo obliga, la mujer sigue de pie, en el marco de la puerta sin decir palabras. Sus ojos acostumbrados ya a las sombras pueden ver mejor que nadie, tan pequeña, tan frágil, tan dulce, dormía apacible y sin miedos, su cabellera rizada cubría unos pómulos tersos y delgados y una diminuta boca se mantiene cerrada mientras duerme, pasa una mano cariñosamente por su rostro y siente la ternura de su piel, esta aterrorizado. La mira y la observa; es ella, respira hondo y huele inocencia, siente como late el corazón y una lágrima se escapa de la celda eterna de su alma, lagrimas que prometió no volver a derramar el mismo día que enterró a la mujer que amaba.

Lo quería tanto y fue ese mismo cariño lo que la animó a escribir esa carta dos meses antes de su muerte, una familia que me odiaba se había encargado de esconder esa verdad lejos de mi pero bastó una sola noche de remordimiento para que el recuerdo hecho tinta llegara de las mismas manos de un padre que siempre me odió pero que entendió después de años que esas palabras no eran suyas.

La pequeña abrió los ojos y mi corazón se detuvo, el tiempo se detuvo, ese infame péndulo que decide la velocidad de mis momentos volvió a congelarse, eran los ojos de la noche con una sola estrella, sus ojos, caí arrodillado a su lado y la besé, la niña sin saber que pasaba me devolvió el beso, sonreí, él volvió a sonreír. Un fragmento de papel se dejó caer de entre sus manos, su tinta se escondía en la oscuridad de una habitación sin palabras, pero esos pequeños hilos de luz dejaron en evidencia una frase llena de emoción:
…tiene tu sonrisa...

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