Traté de olvidarte lo juro. Así comenzó la historia que había terminado hace ya más de dos años, una mujer intranquila se movía de un lado al otro en un pequeño salón iluminado tan solo por una tenue luz que se filtraba de entre las persianas.
Con su camisa a medio abotonar, su esbelta cadera y lo hipnotizante de su piel hacia contraste con una mueca de preocupación en su rostro. El muchacho que hasta ahora solo había dicho cinco palabras abandonó la cama de un salto y la acorraló contra la pared. Dime que no me amas, que esto no significó nada para ti y te juro que nunca más volverá a pasar.
La mujer mojó sus ojos en lágrimas pero no dijo una palabra, lo miró, se miraron como cuando observas por última vez a la persona que amas antes de morir. No murió ella pero murió él cuando de un golpe cerró la puerta que los juntaba en ese horizonte físico y emocional que los había llevado a amarse una vez más en esa vida; había abandonado el cuarto dejándolo solo, con el corazón en la mano y con el único recuerdo de su presencia: una lagrima evaporándose en la alfombra de esa nada que para el lo fue todo.
Se dejó caer, escondiendo su cabeza entre las rodillas y apretó con tanta fuerza su puño que pudo sentir un dolor punzante en su palma, abrió su mano y la extendió hacia ese pequeño hilo de luz que se escurría entre las sombras, una gota de sangre se mezcló con las líneas del destino para luego caer cerca de la lagrima extinta de la mujer que amaba, que amó, que iba a seguir amando aunque ella amara a otro hombre.
¿Por qué entonces se dejó amar esa noche si lo había olvidado?, ¿Por qué se dejó besar por otros labios que no fueran los que ella juro amar después de él?, tantos porqués y tan pocas respuestas lo frustraban, lo hundían, lo hacían pensar otra vez en ella aun en su ausencia.
Se levantó de golpe una vez más y se acercó furioso ante el último testigo que la vio alejarse de él, esa maldita puerta. La golpeó con fuerza y gritó te amo; un te amo lo suficientemente sincero para despertar las palabras de una presencia ausente.
Yo también te amo. El silencio prosiguió a aquel descubrimiento, ella se mantenía del otro lado del horizonte, capaz de escuchar sus palabras, de sentir sus emociones, de responder a sus plegarias, pero nada mas, una pequeña puerta de madera se volvió gigante entre los dos.
Una emoción recorrió todo su cuerpo, ella seguía con él, ella lo amaba como él la amaba a ella, olvido la distancia, el pasado, los problemas. Traté de olvidarte lo juro, pero no pude, perdóname por otra vez romper la promesa de no verte mas pero es que toda las noches te tuve conmigo, cuando cerraba los ojos, cuando los abría, se que hoy será muy tarde, que hay otra persona, que él te ama, pero nadie te amara como yo, ni tu podrás amarlo como nos amamos, no me pidas que lo explique porque no lo entiendo. Digo que es amor porque no encuentro otra palabra más fuerte, más viva, más real, vine hoy a despedirme. A decirte que me iba y tu no me dejaste ir, no me pidas ahora que te vuelva a olvidar, porque nunca lo hice, porque no se como hacerlo.
Silencio, su cuerpo se llenaba de ansiedad al no escucharla, se llenaba de miedo al sentir que la perdía, se llenaba de amor de solo pensarla. Uno, dos, tres….los segundos pasaban y el silencio seguía siendo protagonista de sus momentos, no pudo más. Rompió el horizonte abriendo la puerta con una fuerza y velocidad que desconocía y se encontró con ella: la soledad.
Otra vez solo, otra vez tú, la presencia del amor se había alejado para que la soledad lo embrague una vez más. Ella se había ido, una lágrima recorrió su mejilla y se dejó caer lentamente esperando tocar el suelo pero no fue así, chocó contra las últimas palabras de una despedida tan larga y triste como su propia soledad. A sus pies una hoja sucia de papel y un poco de tinta ya no pedían que la ame, pedían perdón. Y él una vez más, la perdonó.
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