Los gritos en esta isla se extinguen antes de ser escuchados, la muerte y la desgracia forman parte de su maldición pero existen momentos en los que un solo hombre puede cambiar el destino, caminaba por las calles sucias de tortuga, se había alejado de la carcajada de los borrachos y los gemidos de las prostitutas, caminaba solo, siempre solo. Su espada lista para matar reposaba en el lado izquierdo de su cinturón.
Un grito diferente pero aun común escapó de uno de los callejones cercanos a él, era un pedido de auxilio como tantos otros, quizás alguna pobre mujer se había topado con la mala suerte de encontrarse con un pirata saciado de alcohol pero hambriento de sexo, cosas que siempre sucedía en este pedazo de infierno pero por algún motivo esa noche quiso cambiarlo, quizás tan solo porque se encontraba de mal humor y ese hijo de perra había colmado su paciencia, quizás era algo mucho mas profundo o quien sabe, quizás así tenía que suceder. El hecho no estuvo en el suceso sino en sus acciones. Se acercó a aquel callejón con el mismo ritmo de siempre, la palma de su mano acarició el mango de la espada. Una grotesca y gigantesca bola de grasa tenía apresada a una hermosa gitana, sus ojos café estaban ahora vidriosos y las lagrimas recorrían una hermosa mejilla blanca tostada por el sol, una larga cabellera negra se movía agitada tratando de liberarse de su opresor y un mechón rojizo caía delicadamente entre sus ojos, unos labios finísimos esquivaban los besos que le intentaban dar y unos muslos perfectos quedaban a la luz a través de un largo vestido que ahora se encontraba rasgado.
- Déjala - fue lo único que dijo mientras desenvainaba su espada, el sonido que causó el roce de la hoja con la funda creó una melodía de muerte tan sutil que detuvo el tiempo por un segundo
El hombre que aún tenía a la gitana en sus manos le dio un golpe brutal que la hundió en la inconciencia, dio la vuelta con dificultad y escupió palabras carentes de significado, dejó a la luz una navaja larga y bien afilada, rastros de sangre seca aun permanecían en la hoja, sin mas palabras de por medio se abalanzó contra el defensor quien lo esquivó con facilidad haciendo perder el equilibrio a su oponente, el gigantesco hombre intentó ponerse de pie pero el alcohol y el sobre peso le dificultaban la tarea, su historia terminó ahí, una espada ingresó sin piedad por su nuca y terminó en su garganta, la sangre se mezcló con el lodo y una vida mas se extinguió en esa isla maldita. Acercó una tela blanca y limpió la hoja.
- Lo mas probable es que este muerta – pensó mientras se acercaba a la gitana, puso su brazo alrededor de la cintura, formadas por curvas preciosas que describían con el tacto la hermosura y una piel tan suave que despertaba el libido del mas inocente, levantó su cuerpo con cuidado, posó sus dedos en la yugular y se dio con la sorpresa de que aun vivía.
Conocía un solo campamento de gitanos en esa isla, estaba a casi dos horas del lugar, pensó por un momento en dejarla ahí, el viento hacia danzar ese mágico mechón rojizo que parecía tocarle el alma, un alma que creía muerta. Caminó por dos horas y media con la mujer en sus brazos hasta divisar un pequeño fuego, ese debía ser el campamento. Se acercó y antes de darse cuenta estaba rodeado por una docena de gitanos, descendió el cuerpo lentamente y lo dejó reposar en el suelo, se dio media vuelta y preparó su camino de regreso pero los gitanos habían formado un círculo alrededor de él.
Liberó su espada una vez mas pero ahora el sonido no llegó como una dulce melodía sino como un chillido peligroso – esta espada a derramado suficiente sangre por una noche, no me obliguen a mas – un anciano se acercó a él y le dijo – baja tu espada y vete en paz que esta noche no he visto sangre para mi gente sino esperanza.
No dijo mas, no respondió, guardó su espada y se marchó.
Un grito diferente pero aun común escapó de uno de los callejones cercanos a él, era un pedido de auxilio como tantos otros, quizás alguna pobre mujer se había topado con la mala suerte de encontrarse con un pirata saciado de alcohol pero hambriento de sexo, cosas que siempre sucedía en este pedazo de infierno pero por algún motivo esa noche quiso cambiarlo, quizás tan solo porque se encontraba de mal humor y ese hijo de perra había colmado su paciencia, quizás era algo mucho mas profundo o quien sabe, quizás así tenía que suceder. El hecho no estuvo en el suceso sino en sus acciones. Se acercó a aquel callejón con el mismo ritmo de siempre, la palma de su mano acarició el mango de la espada. Una grotesca y gigantesca bola de grasa tenía apresada a una hermosa gitana, sus ojos café estaban ahora vidriosos y las lagrimas recorrían una hermosa mejilla blanca tostada por el sol, una larga cabellera negra se movía agitada tratando de liberarse de su opresor y un mechón rojizo caía delicadamente entre sus ojos, unos labios finísimos esquivaban los besos que le intentaban dar y unos muslos perfectos quedaban a la luz a través de un largo vestido que ahora se encontraba rasgado.
- Déjala - fue lo único que dijo mientras desenvainaba su espada, el sonido que causó el roce de la hoja con la funda creó una melodía de muerte tan sutil que detuvo el tiempo por un segundo
El hombre que aún tenía a la gitana en sus manos le dio un golpe brutal que la hundió en la inconciencia, dio la vuelta con dificultad y escupió palabras carentes de significado, dejó a la luz una navaja larga y bien afilada, rastros de sangre seca aun permanecían en la hoja, sin mas palabras de por medio se abalanzó contra el defensor quien lo esquivó con facilidad haciendo perder el equilibrio a su oponente, el gigantesco hombre intentó ponerse de pie pero el alcohol y el sobre peso le dificultaban la tarea, su historia terminó ahí, una espada ingresó sin piedad por su nuca y terminó en su garganta, la sangre se mezcló con el lodo y una vida mas se extinguió en esa isla maldita. Acercó una tela blanca y limpió la hoja.
- Lo mas probable es que este muerta – pensó mientras se acercaba a la gitana, puso su brazo alrededor de la cintura, formadas por curvas preciosas que describían con el tacto la hermosura y una piel tan suave que despertaba el libido del mas inocente, levantó su cuerpo con cuidado, posó sus dedos en la yugular y se dio con la sorpresa de que aun vivía.
Conocía un solo campamento de gitanos en esa isla, estaba a casi dos horas del lugar, pensó por un momento en dejarla ahí, el viento hacia danzar ese mágico mechón rojizo que parecía tocarle el alma, un alma que creía muerta. Caminó por dos horas y media con la mujer en sus brazos hasta divisar un pequeño fuego, ese debía ser el campamento. Se acercó y antes de darse cuenta estaba rodeado por una docena de gitanos, descendió el cuerpo lentamente y lo dejó reposar en el suelo, se dio media vuelta y preparó su camino de regreso pero los gitanos habían formado un círculo alrededor de él.
Liberó su espada una vez mas pero ahora el sonido no llegó como una dulce melodía sino como un chillido peligroso – esta espada a derramado suficiente sangre por una noche, no me obliguen a mas – un anciano se acercó a él y le dijo – baja tu espada y vete en paz que esta noche no he visto sangre para mi gente sino esperanza.
No dijo mas, no respondió, guardó su espada y se marchó.